Había oído rumores, de los que se
burlo, ¿él?, jamás, jamás me traicionaría, nunca haría nada que pudiese hacerme
daño, él hubiese arrasado la Tierra para protegerme, él me ama…
Cuando le conoció, el era un
guerrero errante, solitario y reservado, sabía que tenía un oscuro pasado, pero
no le importo, ella, que jamás había sentido lo que sintió la primera vez que
lo vio, que escuchó su voz, se sintió arrastrada por un torbellino de emociones
que no quiso controlar, y se sintió viva, viva!, más viva que cualquiera de las
veces que se había enfrentado al enemigo, más viva que cuando el viento del
norte azotaba sus cabellos, más viva de lo que se había sentido en toda su vida.
No pregunto, solo amo, de una forma total y sin reservas, sin condición ni
medida, como solo ama aquel que ha encontrado, o piensa haber encontrado a su
igual en el mundo.
El le pidió que le acompañase y
ella, enamorada ya sin remedio, lo hizo. Le acompaño a un lugar que no le
gustaba, pero que junto a él, le parecía el mejor lugar sobre la tierra, donde
las flores lucían los colores más hermosos y los pájaros cantaban al amanecer cuando
éste los sorprendía amándose, devorándose como jamás lo ha hecho nadie. Ella,
que siempre renegó del amor, estaba enamorada de aquel que no conocía y del que
tantas veces pensó en cómo pudo vivir
hasta que le conoció.
El no fue el mejor de sus
amantes, pero si a quien ella amo por encima de todo y de todos, incluso por encima de
ella misma. Eso fue lo que la perdió y a la vez lo que la hizo única.
Transcurrieron los días, los
meses, los años; no hubo batalla en la que no participasen juntos, luchando
hombro con hombro, saboreando juntos la victoria y lamiéndose después las heridas uno al otro en la derrota. Era feliz,
feliz hasta el delirio.
Una nueva punzada, los recuerdos pese a ser hermosos, cuando han sido desleales, duelen. Parpadeo tras sentir el dolor de su pérdida y cerró de nuevo los ojos, ésta vez más fuerte, para centrarse en su historia, en lo que no debía olvidar.
Una nueva punzada, los recuerdos pese a ser hermosos, cuando han sido desleales, duelen. Parpadeo tras sentir el dolor de su pérdida y cerró de nuevo los ojos, ésta vez más fuerte, para centrarse en su historia, en lo que no debía olvidar.
Le entregó sus naves, sus bienes,
su vida, pero sobre todo le entregó su
alma, un alma indómita que nunca había gobernado nadie, y que él regia, con su consentimiento absoluto, sin
dobleces. ¿Qué había obtenido a cambio?, nada, absoluta y rotundamente nada,
solo dolor y ganas de morir.
Le aguardo largas noches y largos
días, todos aquellos en los que no pudo acompañarle, nunca salio de sus labios una sola queja, un lamento o un reproche, siempre fue consciente de que él era un guerrero y se debía a los hombres
que formaban parte de sus huestes, los que le acompañaban a las guerras que
lidiaba. Supo esperar cual mujer amante y paciente a que el regresara a casa, vendaba y
cuidaba sus heridas, le consolaba, le alentaba. Hizo y dispuso todo aquello que creyó agradaría a sus ojos
y a sus sentidos; pese a ser ella misma una guerrera y anhelar la lucha, delego
su razón de ser para servirle y adorarle, para hacerle sentir que merecía la
pena volver con vida al hogar, a su hogar, el hogar que habían construido con
orgullo y sacrificio.
Ladeo la cabeza un poco, sin
dejar de acariciar al gato, sumida profundamente en sus pensamientos; ya no
lloraba, solo pensaba, parecía que lentamente los recuerdos iban acudiendo a su
mente de forma nítida, algo que no le había ocurrido desde que entrase en ese
estado de letargo en el que estaba sumida. Quizá su mente, incapaz de almacenar
más dolor, había puesto inteligentemente fin a su sufrimiento, o al menos, lo
estaba intentando. Durante días espero la llegada de la dulce muerte, pero ésta no
llegó, pensó muchas veces que su lastimado corazón no podría soportar la pena y
que estallaría en mil pedazos, matándola, pero no lo hizo, siguió latiendo pese
a todo, acelerándose y desacelerándose, dolido, roto, pero vivo. ‘Maldito’!, pensó
más de una vez, ‘detente, deja de latir, muere’!. Pero no lo hizo.
Abrio los ojos, que parecían más serenos, se inclino hasta besar al felino
en la cabeza y este respondió a la caricia restregándose contra su pecho, un
pecho en el que un día luciese el nombre del amado y sobre el que ahora,
rasgado, apenas se veía el costurón con el que había borrado el infame recuerdo de su piel. Ahora sólo adornaba éste, sobre sus senos, aquellos que pese a la incipiente delgadez que había adquirido
en los días de duelo, seguían siendo hermosos, el
símbolo de su realeza.
El gato salto al suelo y sin pensarlo aprovechó la circunstancia para ponerse en pie, sacudió sus ropas y se desprendió de ellas con gesto brusco, como si la molestasen, se quedo desnuda, sucia y despeinada, pero ya no tenía dudas. Dio una patada a las ropas y éstas acabaron en el fuego, avivando éste e iluminando la estancia, tras observar ensimismada como ardían avanzo unos pasos hasta detenerse frente al escudo que la había acompañado en mil batallas, alzo la cabeza, se seco el resto de las lagrimas con el reverso de la mano, una vez más tomo aire, apretó los labios, y asintió.
El gato salto al suelo y sin pensarlo aprovechó la circunstancia para ponerse en pie, sacudió sus ropas y se desprendió de ellas con gesto brusco, como si la molestasen, se quedo desnuda, sucia y despeinada, pero ya no tenía dudas. Dio una patada a las ropas y éstas acabaron en el fuego, avivando éste e iluminando la estancia, tras observar ensimismada como ardían avanzo unos pasos hasta detenerse frente al escudo que la había acompañado en mil batallas, alzo la cabeza, se seco el resto de las lagrimas con el reverso de la mano, una vez más tomo aire, apretó los labios, y asintió.
Si su Padre el de un solo ojo, Aquel
que todo lo ve, no le había permitido morir, tal vez fuese porque debía de
enfrentarse aún a algo para lo que no estaba preparada, para lo que nadie lo
está, algo contra lo que tenía la certeza de perder y pese a todo, algo contra
lo que tenía que presentar la más fiera
de sus batallas. Algo al fin, para lo
que había nacido. Era un guerrero, su vida era la guerra.
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