En el momento en que se disponía
a regresar a su Torreón algo llamó su atención, arriba, en el acantilado una
mujer parecía hacerle señas; arqueo ambas cejas, desde que decidiese por
voluntad propia apartarse del mundo y de todos, tan sólo había tenido una
visita que le importase, y ésta, aunque breve, le había hecho pensar durante
varios días y varias noches que ella, no era la que debía apartarse, que ella
debía luchar, no ya por el hombre que la había traicionado, si no por recuperar
su esencia, lo más valioso que poseía y que aquel miserable había intentado robarle sin conseguirlo.
Aquella visita había sido la de su hermano de armas,
Asgeirr Ravna, Jarl de Tyrhavn.
Los pensamientos la absorbían,
por un instante olvido a la mujer, que aun encaramada en la loma movía una de
sus manos reclamando su atención, frunció los labios, ajusto la seda verde que había
llevado para cubrir su desnudez tras el baño y se dirigió, sin demasiado interés
hacia aquella que la llamaba. Según se iba acercando su corazón se aceleraba, reconoció
en ella a la que de haber encontrado un día antes, hubiese estrangulado con sus
propias manos, vaciado sus vísceras, arrancado su pobre corazón y bebido su
sangre, y sin embargo ahora ya no sentía
ganas de hacerlo, una de sus cejas se volvió a arquear, ésta vez con expresión curiosa,
reservada. Irónica.
Cuando llego junto a ella se
detuvo, orgullosa, alzo el mentón y le pregunto.
_”Que quieres mujer, tu, que
deberías estar en la más profunda de las ciénagas, ¿te atreves a irrumpir en mi
vida cuando no mereces otra cosa que la muerte…?”
La mujer calló de rodillas,
visiblemente afectada, era bonita pero vulgar, nada en sus rasgos
haría nunca que un hombre se girase para mirarla, si acaso, sus ojos, muy azules, podrían ser lo único que destacaba en ella, si, eran bonitos, pero su cuerpo, desde luego no era
de los que despiertan pasiones, bien torneado pero carente de ese fuego que
vuelve locos a los hombres. No era mal parecida, todo lo contrario, tenía una
belleza sencilla, como la de esos corderitos que pastan en el campo, sin importarles
nada más, parecía una buena mujer. Medb la miraba inquisitiva, tal vez buscando un porqué, pero sin encontrarlo. Se dio cuenta de que era más joven que ella,
y que vestía bien, lo que indicaba que tenía recursos. Por su mente pasó de nuevo como un latigazo el recuerdo de que aquella mujer, era la que había recibido los últimos besos de su aún esposo,
Gunnar. Los deseos de matarla se hicieron casi insoportables, apretó los puños,
intentando controlar su ira, se contuvo, apretó los labios y esperó una
respuesta.
La mujer se arrastro de rodillas
unos pasos y una vez llegó a la altura de sus piernas, se postró ante ella,
llorando.
_”Soy una miserable, -dijo-, no
merezco vuestro perdón y aquí estoy, suplicándolo, yo no lo sabía, no lo sabía,
no lo sabía…”
La infeliz mujer emitió un
sollozo profundo que a punto estuvo de conmoverla, ni ella misma entendía como
podía ocurrir tal cosa, pero sintió lástima por aquella mujer, al igual que
ella, también estaba sufriendo, aunque ello, la hizo sentir una mezcla de
placer tan intenso que bien podría compararse al placer que se obtiene en lo
que los normandos llaman ‘pequeña muerte’.
No se inclinó, no se movió, entrecerró los ojos y
dejó de mirar a la suplicante, alzó aun más la cabeza y su cabello leonino
ondeo mecido por los vientos que coronaban la loma donde ambas se encontraban.
No había necesidad de usar la
violencia, tampoco la crueldad, bastante cruel había sido aquel a quien ambas
amaban, tampoco la apartó de una patada como era su deseo. Mantuvo las
distancias, se alejó unos pasos, no deseaba que aquella mujer pudiese siquiera
rozarla con la punta de los dedos. Todo en ella le causaba repulsa, su
respiración, sus gestos, pero sobre todo, ese tono de voz, el que tienen
aquellos que como suele decirse, nunca han roto un plato.
Por un instante volvió a desear
verla muerta, agonizante bajo su hacha, con los pingajos de su cerebro colgando gelatinosos de ésta… Abrió ambas manos, soltando sus puños,
repetidas veces, necesitaba calmarse y hablar con aquella mujer, si el Alto la
había puesto en su camino, debía de ser por algo.
“_Que te ocurre, -dijo al fin- ¿acaso
no tienes ya lo que querías?”, -preguntó con voz seca, cortante, carente de empatía-.
La mujer aun de rodillas negó,
moviendo la cabeza.
“_Me ha engañado, nos ha engañado a ambas, es un mal hombre señora, un
mal hombre!”
Medb río, primero quedamente, de
medio lado, luego, a carcajadas. Una bandada de cuervos que picoteaban sobre la
colina los terrones desprendidos de la tierra en busca de jugosos gusanos alzo
el vuelo, asustados por el resonar de las carcajadas o quizá, raudos a contarle
a su padre Odín que la Reina había vuelto a reír como antaño, cuando su espada
empapada de sangre era alzada tras el combate dejando que el líquido viscoso
resbalase por su brazo después de haber segado la vida de sus enemigos.
“_Levanta, -pronuncio imperiosa-, tú no has hecho nada, no tienes
culpa de nada, tu, eres una infeliz que al igual que yo creyó sus mentiras,
creyó en su amor”
La mujer asintió, moviendo
repetidas veces la cabeza, _”Si, si, es
cierto, le amo señora, y aún le amo, Dios sabe porqué”.
Medb arrugó la nariz, sabía que la mujer se refería al Dios de los cristianos, ese que ella aborrecía; se dio la vuelta, dando la espalda a quien seguía con una rodilla hincada en el suelo; empezó a
caminar, despacio, aquella pobre desgraciada solo había sido una víctima más de
las mentiras de Gunnar, no merecía ni su desprecio ni su cólera, solo merecía
lástima.
“_Espera, -grito la mujer tendiendo hacia la guerrera un brazo-, espera…”
La Reina se detuvo, y giro un
poco la cabeza por encima de su hombro para mirar a quien la llamaba.
“_Necesito saber la verdad, -suplicó mientras se ponía en pie, sin mirar a la
guerrera directamente-, necesito saber
que es verdad y que no lo es, moriré si no lo averiguo”.
Medb masculló entre dientes, sin
deseo real de que se entendiese lo que acababa de decir, _”la verdad también te matará”.
Tomo aire, girándose por completo y la
miró fijamente, accedió a hablar con
ella tras sentarse sin más sobre la verde
pradera que se extendía ante ambas e invitando a la mujer a que se sentase a su
lado. Las dos mujeres, con los pies descalzos y sentadas en lo alto de la colina
hablaron y hablaron, incluso alguna vez la que había pedido saber la verdad lloró, se
desespero, no podía entender, igual que tampoco podía entenderlo Medb, que la verdad
sobre el hombre que ambas amaban fuese tan dolorosa, ni que él, bendecido por
Freya, hubiese despreciado tan precioso don.
Hablando descubrieron, que hacía más
de un año, que aquel infame había convivido como esposo leal con las dos, amándolas o fingiendo hacerlo, a ambas a la vez, alternando el tiempo de le dedicaba a una
y a otra, mintiéndoles, engañándolas, comportándose como un verdadero
miserable.
A Medb la había arrastrado a un caos en el cual había tenido que
desprenderse de su flota para financiar la de él, había casi olvidado lo que un
día fue, para obedecer sus órdenes y ponerse bajo su mando, para lograr que el
realizase sus sueños de conquista; había dejado su casa, sus amigos, su mundo,
por seguirle, por compartir anhelos, alegrías y tristeza junto a quien ella
siempre tuvo por el único merecedor de ello. No se arrepentía de nada, mil y mil veces más volvería a hacer lo mismo, sus sentimientos eran sinceros, negar aquello, sería negarse a si misma. Y si, había sido absoluta y plenamente feliz, además, nadie la obligó a hacer lo que hizo.
A la otra, bueno, a la otra la
había engañado también, aunque durante menos tiempo, solo un año y medio, haciéndole creer que era un hombre libre, condicionado por un triste pasado, susurrándole al oido que
solo la amaba a ella, que no había otros brazos que lo esperaban amantes, que no tenía otro hogar.
Negando que todo lo que poseía lo había logrado gracias al apoyo incondicional
de su esposa, de su sacrificio, de su entrega, contándole, todo lo que ella quería
oír, esquilmando sus bienes, permitiendo que ella financiase un barco nuevo con
el que surcar las olas y atracar, sin duda, en cualquier puerto en busca de
otros brazos que quebrar, otros brazos a los que arrancar la alegría de vivir,
otras mujeres, que amándole o colmandolo de placeres, le diesen además todo cuanto poseían, sin importarle el
daño que hacía con ello ni las vidas que frustrase o truncase, sin importarle, una vez conseguía
su propósito y se cansara de ellas, que éstas solo tuviesen ganas de morir.
¿Tenía un talento especial,
quizá?, las mujeres le amaban, ¿por su porte, por sus hermosas armas, por el
valor que se le presumía? Siempre sería un misterio, el hecho de que algunos hombres tienen la
fortuna de tener junto a ellos a alguien que los ama en el modo en que lo había
amado Medb, y sin embargo, desprecian ese amor con el más cruel de los actos,
la traición. ¿Porqué, aún así, siguen teniendo la fortuna de que mujeres como la
que ahora hablaba con la Reina, le amasen también?, a su manera, pero también
profundamente y que a él no le importase hacerles daño con tal de conseguir su
meta. ¿Pero qué meta era la suya?, ¿saberse un traidor?, ¿un cobarde?
Un hombre de verdad jamás hubiese
hecho lo que él hizo.
La pequeña bola de luz en que se
estaba convirtiendo el tibio Sol del Norte apenas las alumbraba ya, e hizo que las
mujeres dejasen de hablar, se lo habían contado todo, sin omitir detalle, igual que lo harían dos amigas, aunque ellas jamás podrían serlo; las dos miraron hacia el mar y suspiraron. Por un instante, fueron iguales, tan sólo dos hembras con el corazón destrozado.
Ahora debían volver a sus respectivos quehaceres, la una a cuidar de sus hijos, la
otra, a beber como si no hubiese un mañana en la taberna, porque después de haber hablado, de conocer una y otra toda la verdad, pese a
la herida abierta sangrando en su alma, tenía que celebrar lo que ahora sabía
y sobre todo, lo que ahora también sabía ‘la otra’.
Se despidieron de manera cordial, que caprichosas son las Nornas!, la mujer se alejó camino de su casa, triste,
pensativa. Medb, sin mirar atrás, bajo por la colina como si sus pies se
hubiesen vuelto ligeros, como si se hubiesen librado de un pesado yugo.
*(Liggur significa 'mentiras', en islandés)
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